Relato Breve Escrito por: Mary Carmen
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Cerró con fuerza los ojos y se concentró en la intensidad del beso.
Olvidó la cadena de montaje y el frío de las mañanas que calaba hasta los huesos, y la neblina de los montes alrededor de la ría y la mudanza a la ciudad y el ruido de los coches y el sabor a alquitrán del aire. También el desarraigo.
Sintió la suavidad de unos labios con sabor a fresa que aniquiló el recuerdo del dolor de los huesos las noches de helada mientras hacía la ronda y el dolor más hiriente y punzante de la muerte del hijo que no nació.
Percibió la tibieza de una lengua que apenas rozaba la suya y se sintió nuevo por dentro como el que estrena una mañana de verano después de una tormenta.
Después descubrió en su boca el sabor dulce de una saliva extraña que anulaba por completo la sequedad que le habían dejado las noches de llanto por el miedo a la soledad del que se sabe solo y se encuentra perdido y sin existencia.
No le importó notar que se asfixiaba porque experimentó el agotamiento del esfuerzo físico, como cuando de joven se tiraba desde los acantilados, o subía hasta la pequeña ermita, perdida en la montaña, para llegar el primero y estrenar el amanecer del mar y del cielo antes de que llegase la gente y comenzase la romería.
Intentó prolongar el éxtasis y se aferró con pasión a la boca que le brindaba el elixir de la vida. No echó de menos los otros besos perdidos en el tiempo, ni se regodeó en el vacío de las caricias que no le dieron. Se quedó, intemporal y eterno, en el momento de amor que estaba viviendo.
Ella y su pelo blanco, ella y su figura frágil de años y recuerdos. Sus manos arrugadas y su mirada añil. Ella con su boca de fresa.
Él y ella, con sus setenta primaveras, proyectando un futuro de caricias de nube y de eternidad terrena.
FIN …
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