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Se comportaba como un león de circo, revolviéndose entre las paredes de la cocina, parecía incomodo, le faltaba espacio. Me pareció que se había calmado por unos segundos, cuando volvió a sentarse en la silla cercana a la ventana de la cocina, hasta que usó el cigarrillo, enganchado en sus dedos, a modo de puntero para señalarme, entonces supe que la batalla solo había empezado. “No seas borde, porque eres muy borde” – me escupió a la cara, mientras se levantaba apartando la silla con la bota – “solo pretendo ayudarte, pero tú te estas comportando como una borde” – Insistía a gritos. Paralizada por el miedo, no sabía cómo reaccionar ante aquel despliegue de insultos injustificados. Nunca hubiera imaginado que hacerle partícipe de mi problema, derivaría en semejante bronca. Yo solo susurré, estoy segura que solo le susurré, no deseaba hacer las cosas como él me proponía. Pero mientras yo trataba de encontrar el punto de fusión entre mis palabras y su reacción, se acercó tanto a mí que pude oler su aftershave (mi regalo en la última navidad), me aparté con rapidez. Sentir sus alaridos desde tan cerca me asustaba. No estaba preparada para escuchar tantas veces el apelativo agrio y frío con el que no paraba de definirme. “borde”. Sus palabras rebotaban en mis oídos una y otra vez, se apoderaban de mi cabeza para quedarse. Retrocedí de nuevo, me alejé del olor a navidad y salí de la cocina “No tienes por qué insultarme” – Le dije en un alarde de valentía, fue todo lo que fui capaz de articular. Fue un intento baldío de razonar con él.
Aferró la silla con las manos y volvió a sentarse, estrujó el cigarrillo en el cenicero, arrinconó el cigarro y el cenicero y volvió a mirarme. Su mirada no inspiraba nada bueno y retrocedí unos pasos más. “Qué es lo que te han hecho para que no quieras …., acaso no sabes que son buenos amigos míos” – dijo amenazante. “Pero no, no es eso, no es cuestión de amistad……” – respondí titubeante – “es solo que a mi……” Arrastró la silla al levantarse. “De qué puñetas estás hablando. ¡Eh! Se puede saber qué hostias estás diciendo” – rugió, ya estaba fuera de sí. Fue entonces, y solo entonces, cuando comprendí que definitivamente había perdido los nervios, la situación se había descontrolado (si es que alguna vez había estado controlada). Sus desprecios brotaban con tanta facilidad y frialdad, que comprendí que los había tenido dentro demasiado tiempo y ahora los dejaba salir. No pensaba en las consecuencias, solo quería hacer daño.
Reaccioné por fin y puse fin a la bronca. No estaba dispuesta a soportar más sus zarpazos. Pero las palabras no fluían, no las tenía preparadas, estaba muerta de miedo. Le di la espalda, enfilé el pasillo, era corto, y enseguida alcancé la puerta. Sus gritos e insultos continuaron sonando en mi cabeza cuando cerré la puerta, dejé tras de mí los malos ratos. Los desprecios y rugidos aún se escuchaban a través del tabique. Bajé las escaleras del apartamento de dos en dos y una vez en la calle caminé protegida por la oscuridad de la noche hasta el aparcamiento. Me refugié dentro del coche, arranqué el motor y al tiempo que me alejaba sonreí pensando que también esto pasaría.
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Relato Breve escrito por Merche Postigo
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