Relato breve escrito por Mary Carmen

aburrimiento

      El calor soporífero de la oficina licuaba los pensamientos de Chema. Por más que intentaba centrarse en las cifras que emanaban de la pantalla del terminal le resultaba absolutamente imposible. Su mente divagaba anodina sin centrarse en ningún aspecto en concreto. No es que tuviera problemas, no era eso. Tan sólo no podía con la monotonía de los días y el tedio de jornadas repetitivas que no le conducían a ninguna parte.

– Venga, tío, arriba ese ánimo. Tú lo que tienes que hacer es un viaje. Entra en una de las mil páginas web que ofrecen ofertas al por mayor y elige un destino. – le aconsejaba Rita desde detrás del ordenador.

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Chema la oyó como si la voz de su compañera procediese del otro extremo de la tierra y no del otro lado de su propia mesa.

– No estoy dispuesto a gastarme la poca pasta que tengo en un viaje estrambótico que no me lleve a ninguna parte. – sentenció Chema y volvió a la pantalla de su ordenador.

A pesar de los esfuerzos que realizó por ocupar su mente en los datos que debía cotejar y catalogar antes del que broncas de su jefe le llamara al orden, era inútil. Sus pensamientos iban de un lado a otro, dispersos y sin sentido, pero marcados por el aburrimiento y el hastío. Por esa inapetencia inherente a su personalidad en los últimos tiempos se veía obligado a salir el último de la empresa, nunca terminaba nada dentro del horario laboral. Chema era consciente de que por muy harto que estuviera de todo no podía permitirse el lujo de perder el trabajo que, aunque no le suponía ningún reto personal, por lo menos le aportaba unos ingresos aceptables para subsistir. Por eso, esa tarde también era él el encargado de cerrar su sección. Como de costumbre apagó el ordenador y el interruptor que dejaba a oscuras todo aquel ala.

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Sin embargo, esta vez no hubo oscuridad porque apenas Chema apagó las luces un halo de luz inundó todo el recinto. La claridad era inmensa y provenía directamente de la mesa de Rita. Chema se aproximó más con enfado que por curiosidad y entonces lo vio. En la pantalla del ordenador se proyectaban intermitentes retazos de su vida: imágenes de cuando era pequeño y apenas gateaba, allí se veía cuando se estrelló de bruces contra el seto y se rompió las gafas, también cuando llegó a casa después de una noche de juerga descontrolada y contó a su madre que le habían robado y por eso iba de tal guisa, sus escarceos en la cama con Lisa la rubia del tercero, que aunque no era lo que se dice guapa, al menos era rubia y eso delante de sus amigos puntuó y mucho. También se vio a sí mismo en los exámenes de la academia o ya trasteando en el ordenador de la empresa.

caras 2

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No me fastidies –se dijo a sí mismo cuando al final pudo articular palabra-. Pero de qué va este rollo del fantasma de las últimas navidades, a lo Oliver Twist ¿era ese el que veía su pasado y su futuro? Bah, es igual… Chema tiró con fuerza del enchufe de la pared e intentó apagar aquella pantalla enloquecida.

Se marchó rápido a casa y se metió en la cama sin cenar. Intentó dormir pero las imágenes del ordenador de Rita asaltaban su mente.

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A la mañana siguiente antes de desayunar, ni tan siquiera de ducharse, decidió buscar en alguna de las páginas web de viajes un lugar exótico para refugiarse. Chema encendió el ordenador decidido y aunque la pantalla tardó en responder no se desesperó. Claro que con lo que no contaba, ni muchísimo menos, fue con todo lo que ocurrió después. Lo primero que apreció en aquel monitor no fue el logotipo del procesador correspondiente si no la cara rolliza de Rita, no sólo su rostro, también su pequeño cuerpo regordete y desproporcionado, con rodillas que se le incrustaban en la barbilla a nada que se agachase, lo último en salir fue su pie izquierdo aunque tuvo que volver a meter la cabeza porque el tacón se enganchó y perdió el zapato dentro. Una vez recuperado, Rita se estiró y adquirió su tamaño normal. Detrás de ella apareció otra y otra, montones de Ritas de todas las edades y tamaños inundaron la habitación. Cuando Chema, en un estado de shock permanente, creyó que las imágenes virtuales habían terminado del ordenador salieron, como repuesta a una llamada previa, otros tantos Chemas de todas las edades. El griterío o era ensordecedor, todos hablando a la vez. Una de las Ritas más pequeñas lloraba enrabietada porque el pequeño Chema le había tirado del pelo con todas sus fuerzas. También la Rita adolescente lagrimoteaba a moco tendido porque otro Chema, el que tenía la cara cubierta de acné, no le prestaba la menor atención y sólo estaba preocupado por terminar uno de los miles de juegos de una Play antiquísima y de tamaño descomunal. El Chema, el auténtico, el que había desencadenado esa lluvia de insólitos personajes, permanecía inmóvil al lado del ordenador absolutamente seguro de que había perdido por completo el juicio. Todo le daba vueltas y continuaba paralizado, incapaz de tomar cualquier decisión.

.Caras

Aunque, cuando el timbre sonó y oyó la voz de Eva desde el interfono, todos aquellos seres desaparecieron como por arte de magia. Chema bajó rápido y se encontró a Eva como cada mañana con el casco puesto y en una mano otro para él, la moto encendida dispuesta a devorar la ciudad y llegar al trabajo una vez más en récord de tiempo.

– Chico, qué mala cara, anoche estuviste de farra o qué –­le espetó su hermana nada más verlo.

– Sí, no… no, es que no me encuentro muy bien hoy ­­­­–dijo mustio.

Tan absorto iba en sus propios pensamientos que ni tan siquiera gritó a su hermana cuando esta apuró todos los semáforos en ámbar que encontró en su camino. Eva trabajaba en una pizzería muy próxima a la empresa de Chema así que todos los días le acercaba hasta una esquina al lado de su trabajo. El corto trayecto que lo separaba desde donde lo dejaba su hermana hasta la oficina transcurrió para Chema sumido en un denso letargo, más propio del que ha bebido mucho y tiene una borrachera de impresión que el del que es víctima de un trastorno mental más o menos grave.

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– ¡Vaya careto! ¿Qué la nochecita fue larga? – el tono sarcástico y burlón acompañado de una sonrisa zalamera de su compañera Rita no ayudaban lo más mínimo.

Chema se pasó toda la mañana mirando a su compañera de mesa. No observó en ella nada fuera de lo normal, la misma rapidez al machaconear las teclas del ordenador, la misma voz cantarina y jovial al responder a las numerosas llamadas de un teléfono que no paraba de sonar, la misma forma de estirarse la falda cuando se levantó con la decisión habitual para ir al baño, y los mismos tacones de todos los días. Todo normal en apariencia, sin más. Casi, casi se convenció a sí mismo de que todo había sido un sueño, hasta que notó arrollada la piel del tacón del zapato izquierdo de Rita cuando pasó por su lado.

– Pero ¿dónde se te ha roto ese tacón? – le soltó de sopetón al tiempo que la cogía por el brazo.

Rita casi se desvaneció del susto y del brusco zarandeo.

– Y yo qué sé. No me imaginaba que fueras tan observador –respondió cuando se recuperó del sobresalto.

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Chema apagó de golpe el ordenador y decidió marcharse a casa. Necesitaba con urgencia un descanso. No se despidió de nadie, tampoco de Rita. Aunque eso, a esas alturas, tampoco era necesario. Todas las mujeres eran Rita y todos los hombres eran él. Así de simple. Cuando llegó a casa lo comprendió. Las Ritas continuaban saliendo a borbotones del ordenador. Habían invadido todo. Él se las había encontrado en el autobús, en las tiendas, en el portal, en las vecinas del tercero. Él también se había multiplicado por todas partes, se vio tomando un café en el bar de la esquina, comprando una barra de pan, e incluso poniendo una multa a unos obreros que abrían una zanja por exceso de ruido, era él también uno de aquellos obreros.

Se sentó en su casa encendió el ordenador y dejó que los cientos, los miles de Chemas inundaran la estancia, también que las múltiples Ritas se dispersaran por toda la casa. Se concentró en el Chema joven, el que tonteaba con Rita de manera descarada. En aquel joven no había tedio, tampoco miedo, sólo unas ganas tremendas de llevarse a Rita a la cama.

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Al día siguiente se sintió feliz y nuevo. Abrió los ojos, y si no fuera por el desorden de la habitación y un zapato con el tacón desollado que estaba medio oculto bajo la alfombra, nada le habría recordado la invasión de la noche anterior. Tampoco la noche de placer. Sonó el telefonillo Eva le esperaba abajo con el casco en la mano y la moto encendida.

– Vaya, qué diferencia con ayer. Hoy tienes muchísimo mejor aspecto –le dijo cuando él se subió en el ciclomotor detrás de ella.

En la oficina Chema encendió el ordenador y concentró toda su atención en los datos que la pantalla le mostraba.

Parece que no vas a necesitar planificar ningún viaje por ahora ¿no? –le interrumpió la voz cantarina de Rita desde el otro lado de la mesa mientras en su cara rolliza se esbozaba pícara una amplia sonrisa.mujer soñadora

FIN.

Relato Breve escrito por Mary Carmen

3 respuestas a “«Imágenes Virtuales» … Mary Carmen”

  1. Nos muestra el relato que en el juego literario no existe barrera entre la ficción y la realidad, entre lo imaginario y lo auténtico? Muy bien logrado!

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  2. Buenísimo relato!!!!!Entretenido e intrigante…te tiene en vilo hasta el final!!!! Muy buenoo!!!!

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  3. Curioso, imaginativo, intrigante y como siempre muy bien desarrollado. Espero con impaciencia la novela!

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