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Los domingos voy a pasear con mi marido y su hijo. Mi marido estuvo casado antes de conocernos, yo también. Su hijo tiene cinco años. Ayer era domingo y salimos temprano hacia el parque. Mi marido llevaba pantalones caquis, unos cómodos chinos. Estamos en verano y mi marido se había puesto una camisa blanca, de lino, muy fresca. Había dejado los dos últimos botones sueltos, mostrando sus escasos pelos pectorales. Mi marido tiene muchas manías y esta, la de dejar su pecho a la vista de todos, es su preferida. A mí me recuerda a un legionario trasnochado. Con resignación y cariño le cerré el penúltimo botón, después le di un beso de regalo en la mejilla, que él me agradeció con una sonrisa, y comenzamos el paseo por el parque. El hijo de su anterior esposa, revoloteó a nuestro alrededor todo el tiempo que duró el paseo. El niño cumplió cinco años el Mayo pasado. Cinco años es una edad difícil de manejar, para mí una edad insoportable, yo no tengo hijos. EL niño llevaba los pantalones iguales a los de su padre, un tono más oscuro, conjuntados con una camiseta lacoste amarilla, que su madre le había regalado. La mujer de mi marido compra siempre las camisetas en Francia cuando visita a su familia. El hijo de mi marido desciende de los doce pares de Francia, o eso dice su madre. Ahora ella vive en Carabanchel.
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Mi primer marido era policía. Lo jubilaron por agotamiento nervioso. Mi segundo marido, el actual, fue el jefe de estudios del colegio donde trabajo. Ahora está jubilado y le gusta pasear. Su primera mujer recoge al hijo de ambos del colegio todos los martes y los jueves. Las dos hacemos lo posible por no encontrarnos. La mujer de mi marido y yo no nos llevamos muy bien. Nuestros maridos no se hablan.
Nos conocimos cuando a mí me trasladaron a trabajar a su escuela. Él era jefe de estudios, y yo una nueva maestra. Nos entendimos enseguida, y comenzamos una buena amistad. Nuestras parejas aceptaron bien la relación y se acomodaron al maridaje. Los cuatro formábamos un equilibrado conjunto. Antes de que a mi marido, el policía, lo jubilaran, disfrutábamos mucho saliendo los cuatro a cenar todos los sábados. Los domingos tocaba paella en el jardín del jefe de estudios, mientras el niño de la pareja, recién nacido dormía, ausente a todo, en la cuna de mimbre, justo debajo del laurel. Aquellos fines de semana con el jefe de estudios y se convirtieron en los acontecimientos más importantes de la semana para mí y en una de esas comidas del domingo yo me enamoré de mi marido.
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Ayer en el parque el hijo de mi marido llevaba puestas unas zapatillas con ruedas, unas rueditas muy pequeñas, ancladas en las suelas de las deportivas. El niño no paró de dar vueltas alrededor de nosotros todo el tiempo que duró el paseo. Yo me puse muy nerviosa. Mi marido no le prestó mucha atención, o eso me pareció a mí. El niño se deslizaba con mucha soltura por los estrechos caminos asfaltados del parque, molestando a las palomas, a los ciclistas y a nosotros. Las zapatillas con rueditas habían sido un regalo de su madre, se las entregó justo el día de su boda. Ella, la mujer de mi marido se casó hace dos meses. Mi primer marido también. Mis cuñados, los dos hermanos de mi marido, el de ahora, fueron a la boda. A mi marido y a mí no nos invitaron. En la tarjeta de invitación lo decía muy claro, solo él niño.
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Desde hace tiempo el niño es el único contacto que tenemos con la otra mujer de mi marido. La última paella en la casa del jefe de estudios, finalizó con mi marido el policía en la comisaria, el jefe de estudios en el hospital y los pantalones chinos en el jardín trasero de la casa. Esa misma tarde fui a visitarlo al hospital. Lo habían instalado en una habitación individual, la agresión fue grave y su aspecto era lastimoso. El ojo derecho lo tenía cerrado y de un feo color morado, una brecha con costura le cruzaba la frente, de lado a lado. Me dedicó con esfuerzo una bonita sonrisa. A mi marido no lo fui a visitar hasta el día siguiente. Sus compañeros le hicieron pasar la noche encerrado en el calabozo de la comisaría donde trabajaba. Los cargos eran claros: “Agresión con ensañamiento y alevosía”, según la denuncia. Mi primer marido era violento, algo implícito con su condición de policía, pero la noche de la cena en la casa del jefe de estudios se volvió loco. Me sorprendió encontrarme con la mujer del jefe de estudios en la comisaria. Nuestras miradas se cruzaron unos segundos, quizás un minuto, ella sonreía, o eso me pareció a mí.
Al volver ayer del paseo por el parque, esperé a que el hijo de mi marido se encerrara en su cuarto, y sin más preámbulos tiré las zapatillas con ruedas a la basura.
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Mar 14, 2017 @ 03:50:35
Me gusta leerte de nuevo. Salen las emociones de tus letras y uno va poco a poco entrando en el pellejo de la mujer y sus filias y fobias. Gracias por compartirlo es una alegría leer tu estilo claro, sencillo y sus dejos de ironía.
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Mar 16, 2017 @ 10:14:07
Mi querido Rubén, el pasado año ha sido un lio para mi, he cambiado de casa y de país….pero mis atormentados personajes me han seguido hasta Francia. Ellos son simples, sencillos llenos de ironía , como tú bien los describes, y hablan muy pero uy claro… o así lo intento.
Te agradezco los amables comentarios… Seguimos en contacto.
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Mar 13, 2017 @ 14:22:42
¡Qué lío y qué mareo! Alguien tenía que pagar los platos rotos: las zapatillas que en vez de andar, ruedan ¡Qué lío también! Todo se confunde en esta sociedad de locos que estamos montando.
El final, sorprendente, me encanta.
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Mar 16, 2017 @ 10:10:32
Hola Julio, pues si es un lio, pero es que el amor es un gran lio que lo lía todo… hasta a los niños… Sorprendentemente este cuento está basado en hechos reales!!! Muchas gracias por tus amables comentarios… te echo de menos por la librería… Anímate…
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