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Se extrañó, la abría todas las mañanas y nunca antes la había visto. Con su presbicia era difícil distinguir los objetos sin las gafas correctoras.
Además procuraba dejar la capa del fondo siempre llena para no quedarse sin ellas en un día de lluvia. La misma caja de galletas danesas desde hace años. Él no iba a cambiar lo que estaba bien y había dejado su mujer.
La llave era pequeñita, la mitad de su dedo menique, dorada, descolorida.
La palpó como si quisiera que le hablara y le contara su secreto, igual no había ninguno. Estaba sola y olvidada en medio de las galletas que no le hacían caso. Más
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